De los edificios contemporáneos, una característica que siempre me llama la atención y me agrada especialmente son los espacios semiabiertos que rodean los edificios. Es una característica de la arquitectura de Norman Foster, herencia de Buckminster Fuller. Los dos son arquitectos referencia, general y personalmente.
Desde que ellos apostaron por ello, hace ya mucho tiempo, el tiempo les ha ido dando la razón. El muro que antes separaba interior y exterior se ha ido disociando, creando diferentes capas: Impermeabilización, aislamiento, cerramiento exterior, interior... en algunos casos dando paso a dobles pieles. Estas dobles pieles tienen muchas ventajas técnicas: gran aislamiento térmico, posibilidad de que el cerramiento interior ya no tenga que protegerse de viento, agua, ruido...
Pero cualquiera que haya estado dentro de estos espacios sabe que también tienen una calidad arquitectónica especial. Te encuentras en un limbo, entre la calle y el interior, donde hay cierto silencio pese a respirar aire fresco, donde disfrutas de un gran comfort mientras puedes ver el sol o las estrellas.
Estos espacios se suelen lograr con cerramientos muy ligeros, una fina capa que envuelve el edificio, y le da una forma que ya no tiene por qué ceñirse a la forma que envuelven. Es un vestido, que puede embellecer, homogeneizar, complicar o simplificar; jugar con la forma. Por ello en granes edificios de eventos, vemos cada vez más cerramientos como estos, que al ver el edificio desde lejos dan una idea clara, pese a la complejidad de programa que puedan albergar.
Esta idea, que me llama la atención desde hace tiempo, encaja perfectamente en el planteamiento inicial que hice del proyecto: da lugar a unos espacios dinámicos, abiertos, iluminados, sirvientes...que envuelven el edificio. Dan una unidad a todos los espacios que se reúnen para cumplir el programa. Crean un edificio Omnibus.
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